sábado, 8 de noviembre de 2008

Irak regresa a casa



La selección de fútbol iraquí ha vuelto a su país tras tres años de exilio en los que, paradójicamente, logró el mayor éxito de su historia: ganar la Copa de Asia de 2007. Irak intenta dejar atrás la guerra civil que todavía colea tras la caída de Sadam y volver a una normalidad en la que el balón es, como casi siempre, un elemento pacificador.

Fútbol es vida cuando la muerte no deja ni un momento de sobrevolar Bagdad. En estos días, la hemorragia parece empezar a cortarse por las calles de la capital iraquí, donde la normalidad, si es que así se puede llamar a no tener que lamentar un atentado cada pocas horas, se apodera poco a poco de la gente, malacostumbrada a las bombas diarias.
No hay mejor síntoma de tan esperada mejoría que el desembarco de la selección iraquí de fútbol, tan nómada estos años por desiertos y céspedes cercanos de Qatar, Arabia, Siria y Jordania en los que poder entrenarse. No juega Irak un partido oficial en casa desde que las tropas estadounidenses derrocaron a Sadam, en 2005. El brasileño y musulmán Jorvan Vieira, ese técnico soñador que le ha cogido el gusto a Oriente Medio, aterrizó el 4 de septiembre en un país que le adoraba ya antes de conocerle personalmente, pues fue él quien dirigió al equipo campeón en la Copa de Asia 2007. Aquel milagro balompédico le puso tiritas de alegría a un lugar que en aquellos momentos no paraba de desangrarse. Después de tamaña gesta, Vieira se fue a buscar fortuna en Qatar, pero hace un mes volvió, porque ni el danés Egil Olsen ni el autóctono Adnam Hamal, los sucesores, se han acercado a sus resultados. Jorvan y sus futbolistas se han convertido estos días en héroes pródigos, estrellas cotidianas a las que los niños piden un autógrafo sin tener para papel ni lápices.

Los Leones de Mesopotamia se entrenan casi a diario en Al Shaab, el estadio nacional que, milagrosamente, permaneció indemne a pesar de las bombas. Algún ángel jardinero decidió mantener el césped como una alfombra durante estos meses de abandono. "La última vez que estuvimos aquí, hace más de tres años, esto era casi un patatal. No podía ni tirarme al suelo, porque me llenaba de arañazos. No lo entiendo: ahora, a pesar de la guerra, es casi una manta", confirma el portero Noor Sabri, uno de los capitanes del equipo.
En realidad, Al Shaab fue adecentado para la final de la Liga, celebrada el pasado 24 de agosto. Hace medio siglo que existe el campeonato iraquí, compuesto en las últimas campañas por 28 equipos. La guerra no logró parar del todo el torneo, pero sí dejó a muchos equipos fuera durante tres años. Uno de ellos, el Arbil, un equipo kurdo que volvió reforzado por los malos tiempos y ha ganado los dos últimos títulos. Antes, los clubes del Kurdistán, maltratados por el régimen anterior, nunca habían logrado ganar un campeonato. En aquella tierra maltratada, el balón vivía oprimido, entre rejas. Ahora la pelota rueda libre, predicando que el fútbol y la paz están a mano, son una utopía necesaria.
En Kurdistán, en Karbala y Basora, los americanos han liberado los estadios de fútbol, convertidos tras la invasión en sus cuarteles generales. Los marines saben que el soccer es felicidad aquí, y hace unos días, junto con el arroz y con la harina, lanzaron un cargamento con 300 pelotas para los niños de Bagdad. Muchos futbolistas, huidos a Siria, han vuelto a pisar esos céspedes quemados, a sentir el olor de la hierba cercana. Irak reconstruye su fútbol o, más bien, el fútbol es un síntoma de que Irak, mal que bien, se comienza a reconstruir.


Uday torturaba al equipo si perdían

Hussein Saeed (Bagdad, 1958) es mucho más que el presidente de la Federación de Fútbol de Irak: es una metáfora, un símbolo de unión. Saeed tiene más partidos internacionales que nadie (126) y está considerado el mejor jugador iraquí de todos los tiempos. Participó en México 86 y, 22 años después, logró otro imposible en un país donde chiíes, suníes y kurdos podrían pelearse por un trozo de papel: fue elegido por unanimidad.
"El fútbol nos salvará", deseó el presidente nada más acceder a su cargo. El fútbol era un deporte despreciado por Sadam, por considerarlo un producto occidental y peligroso. La extinción de su régimen puso al descubierto muchas cosas, entre ellas, las torturas a las que sometía uno de los hijos del dictador a los futbolistas si no lograban un buen resultado. Descargas eléctricas, baños de agua helada y amenazas con romper las piernas eran la manera de motivar a la selección que tenía Uday Husein. Aquella época ha sido denominada "la época oscura" del fútbol iraquí, que llegó a ser el 139 en el ránking FIFA. Ahora es el 72.
Desde la caída de Sadam la afición se ha liberado. Antes apenas lo practicaban 20 o 30.000 personas. Ahora, cuando las bombas amainan, Bagdad y las calles de las principales ciudades iraquíes se llenan de balones de trapo. El fútbol ha pasado a ser el primer entretenimiento de los niños.

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